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Hoy os traigo una reflexión tan compleja en su dilema como espinosa en su puesta en práctica. No tanto por la emoción que pueda derivarse de la reafirmación del veredicto, sino por las consecuencias a la hora de ejecutar la sentencia. Por tanto, y antes de lanzaros a la acción ante cualquier conflicto con vuestros congéneres, os recomiendo encarecidamente que leáis esta entrada, penséis con calma y utilicéis con mesura, durante un tiempo limitado y como complemento de un modus vivendi equilibrado, cualquier determinación que saquéis en conclusión.

En ocasiones ocurre que al emular ciertas actitudes angelicales te encuentras con que la gente se aprovecha de tu buena fe. El hecho de beneficiarse de una situación no es para clamar al cielo y menos si uno lo ha puesto en bandeja. Lo que realmente molesta es cuando, y para más inri, a algunos les da por querer hacer más sangre de lo que debieran o por beneficiarse de la leña del árbol caído que ni siquiera ellos mismos han cortado. Tonto, vale, pero apaleado, de eso nada.

Es en caliente cuando a uno se le suele plantear la disyuntiva de, o bien, dedicarse a la ensoñación pasiva evasiva tipo heroína ilusa Lars Von Trieriana, a lo Dancer in the dark con imaginario musical incluido, o a la pulsión activa agresiva a lo mujeres al borde de un ataque de nervios con aires almodovarianos. Siempre me acordaré de esa escena en la que Carmen Maura (muy Miura ella) en el bufete de abogados planta una soberana bofetada a su interlocutora al grito de «¡Usted no es una abogada! ¡Usted es una hija de puta!”. Tras dejar a la receptora de dicha gracia apoltronada en el sillón en estado shock y salir del despacho, la secretaria le pregunta si ha podido solventar su problema a lo que la protagonista dice con gran aplomo y deje de alivio en su voz: «La verdad es que no, pero me voy mucho más tranquila» ¿Quien no se ha permitido, en un alarde de imaginación, la ensoñación de soltarle una buena galleta a alguien? Baja en sal y calorías por supuesto, siempre muy dietética: que se note que todo en ti es biológico y fresco del día.

Pues ni lo uno ni lo otro. Ambas son soluciones demasiado fáciles para que traigan nada bueno y, como dice el refrán, quien deja camino y coge vereda, se cree que adelanta, pero rodea. La primera opción porque de la bondad a la estupidez más profunda hay una delgada línea que, por orgullo propio, jamás se debe traspasar. En el segundo caso, aunque pueda parecer que uno se queda mucho más a gusto y el otro lo esté pidiendo a gritos, porque a largo plazo puedes verte con los huesos en un juzgado. Encima os puede tocar, por vía contenciosa, pagar como nuevos a los que ya vienen tarados de fábrica. ¿Cómo le explicas a un juez que no es justo sufragar un Prêt-à-porter a precio de Haute Couture? Complicado.

¿Cuál es la mejor opción y la más equilibrada? Cultivar el noble arte del desaire. Si lo hacéis bien llegaréis a un estado de gracia en el que vuestra principal máxima será: la gente mezquina es tal el desdén que me provoca que ni siquiera me tomaría la deferencia de mearle encima aunque estuviese ardiendo en llamas. Ya veréis como todo lo demás vendrá de la mano y, a su vez, desarrollaréis la virtud de la anticipación, la cual os ayudará a prevenir antes que curar. Otras acciones, más expeditivas, sólo deben usarse de forma puntual o bajo la atenta supervisión de un experto.

Como si de un producto farmacéutico se tratase, conviene recordar que antes de lanzaros a la desconsideración hay que leerse atentamente las instrucciones de preparación y evaluar las recomendaciones de uso, además de los componentes emocionales por si sois intolerantes a alguno, por ejemplo, al mal de amores. Suele ser aconsejable acompañarlos con una gran cantidad de cordura para aumentar la sensación de saciedad en el menosprecio.

Quedáis avisados. Luego no quiero lloros ni lamentaciones por medir con impaciencia el alcance de las resultas. Aunque a todos, en el fondo, nos guste un buen drama heroico, sobre todo cuando uno es el protagonista de la historia, en tiempos de crisis no está el cuerpo para derroches de energía, ni el ánimo para muchos excesos emocionales.

A los 25 años me compré una camiseta divertidísima con la leyenda: “Estoy harto de estar tan bueno”. Ahora, pasados los 35, me he serigrafiado otra más acorde a las nuevas circunstancias con el lema “Estoy harto de ser tan bueno” Aunque verbos copulativos ambos, cualquier parecido en su significado es pura coincidencia.

Nos vemos,

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