Nuevos usos y costumbres

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Desde que estoy aburguesado, no sé si por amancebado, y ya no socializo con la asiduidad de antaño, ni frecuento incesantemente como otrora fiestas, eventos y clubes, diría que el mundo ha estado dando demasiadas vueltas sobre sí mismo a mis espaldas. En pocas palabras y resumiendo: me he quedado obsoleto en cuanto al conocimiento de los nuevos usos y costumbres de mis congéneres.

Últimamente me entra una desazón algo extraña cuando intento comparar el comportamiento socializador, echando mano de mi memoria histórica, derivado de la pertenencia a un grupo frente a los procederes actuales. ¿Será que me he vuelto demasiado individualista y por tanto antagónico en pensamiento en lo que a la psicología de las masas según Freud se refiere? Aún no estoy seguro. Pero sí puedo afirmar que ahora es casi todo diferente: más popular y cuasi anárquico en sus planteamientos diría yo.

Aquí va un ejemplo que espero ilustre la congoja que me embarga en ciertas ocasiones y al que me ha dado por llamar: No me tientes que te aplaudo.

Que por cuestiones culturales España sea un país de palmeros no hay mente mínimamente perspicaz que lo niegue. Pero de ahí, a que te monten un simulacro de zapateao flamenco a la que te descuides y casi con cualquier excusa, creo yo que no va un paso, sino varios. Hay dos circunstancias en las que parece haberse puesto en boga jalear al respetable: tras el visionado de una película y cuando aterriza un avión.

En el primer caso, espontaneas criaturitas ellas que parecen desmelenarse cuando comienzan los títulos de crédito, me pregunto si no estaré en una representación teatral o asistiendo a alguna première con el director y los actores en mesa redonda, ya que no logro explicarme qué sentido tiene, elenco ausente, alabar de forma tan escandalosa a un plantel inexistente. Si el objeto de ese alarde de emoción es hacer partícipe a toda la sala de que a uno le ha gustado la película, lamento informar que aunque compartamos el mismo espacio, nuestra relación es meramente circunstancial y anecdótica, y, por poner un ejemplo, a la señora de la fila 3, butaca 7, no creo que le interese la opinión del señor de la hilera 11, asiento 6. Además, y por situación, en pleno proceso de vuelta a la realidad ser tan ruidoso importuna. Me gustaría saber si a estos iluminados les da por visitar un museo aplaudiendo cuadro que ven o hacer la misma operación en una tienda de ropa cada vez que se encuentran con una prenda estilosa y de buen corte. Yo, por mi parte, como experimento sociológico voy a intentarlo la próxima vez que vaya al IKEA y me guste algún diseño de librería con nombre impronunciable, a ver qué pasa.

Cuando estás viajando en avión, a la hora de aterrizar, ocurre algo similar. Es comenzar a retumbar el traka traka manual en mis oídos y no poder evitar preguntarme: ¿Qué narices andan celebrando? ¿Qué el piloto no nos ha estrellado? Hombre, pues muchas gracias por la deferecia. Estaría bueno. Será que él no es el primer interesado en intentar no dar con sus huesos en el cementerio. ¿O acaso será que están contentos de llegar a su destino? Eso último no aporta información relevante a nadie ni aunque sea la primera vez que dejes tu residencia habitual para conocer mundo. Ahora quien no viaja es porque no quiere. Por esa regla de tres, ¿Por qué no lo hacemos extensible al conductor de la línea de metro o de autobús cada vez que para en una estación? Además, amigos del cante jondo, uno debe tener un poquito en consideración el entumecimiento de cuerpo acarreado después de más de 6 horas de vuelo y el jet lag ajeno.

¿No quedaría mucho mejor limitar al ámbito más cercano, por ejemplo al compañero de butaca, a través de la comunicación verbal lo buena que te ha parecido lo película o lo maravilloso que has encontrado el viaje? Lo mismo, y con un poco de suerte, en ese alarde de interacción social menos histriónica y biunívoca puede llegar, sorprendentemente, a materializarse una futura amistad o, quien sabe, si el gran amor de una vida. Lo que es seguro es que a la larga no sólo sale ganando uno, sino por extensión, y aunque no lo parezca en un principio, todo el entorno.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Bellezas clásicas post modernas

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Hace unos días, con alevosía y nocturnidad, visioné en pleno ataque insomne, y casi por casualidad, la adaptación cinematográfica del 68 de Barbarella con una Jane Fonda, muy apócrifa ella, en el papel de heroína intergaláctica naíf.

He de decir que, superado el primer impacto y tras cerciorarme de que no había caído en un estado de shock irreversible, me resultó casi imposible no comparar ese tipo de belleza clásica post moderna con los prototipos y sucedáneos que tan de moda parecen estar pululando actualmente y a sus anchas por esta península ibérica tan extemporánea como una, grande y cateta.

Las comparaciones serán odiosas pero, me vais a perdonar la licencia de lo que a mi entender y sobre todo en ocasiones como ésta, es de necesaria obligatoriedad moral advertir, tanto para la salud mental individual como colectiva, del peligro que conlleva dejarnos abducir por esa vorágine de belleza inaudita que predican hoy en día esas dos Españas tan cañís como pasadas de moda.

Me resulta francamente curioso que donde más encono se tiene a la hora de intentar convencer de ciertos arquetipos femeninos sea desde las filas del género masculino: por un lado algún que otro gobernante desde su tribuna con reminiscencias tories antediluvianas y, por otro, esos amagos de whigs new age horteras cuyo hábitat preferido son esas plataformas rosas de (in)comunicación. Si es cierta esa máxima de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, ¿Qué ejemplares abundan a la vera de esos personajes oscuros que se me antojan con un exceso de psicosis de inseguridad y un mayor complejo de inferioridad? Entre paradigmas de acomplejadas resentidas demodés y bastorras poligoneras neorrealistas, respectivamente, anda el juego.

Pues no señores, y perdón por la deferencia del tratamiento, eso es lo que ustedes habrán visto en su casa, porque yo desde luego, en la mía, no. Así que, por mí ya pueden desgañitarse ambos especímenes con el objeto de imponer su visión femenina del mundo, porque a mí no me convencen ni las unas ni las otras. Las primeras por revenidas, por ser capaces de provocarme repelús, que le voy a hacer si no me trae buenos recuerdos el olor a naftalina, y las otras, por ordinarias, por estimularme unas nauseas a lo primer trimestre de gestación que me muero.

Fascinado por esa belleza clásica postmoderna a lo Fonda, no me extraña que en ese mismo año y por estas fechas hubiese un amago de revolución en Francia con reminiscencias guillotinescas. Yo, desde luego, subyugado por esa imagen celestial, no habría participado en una, sino en dos o tres, una detrás de otra o todas a la vez. Tengo alma de inadaptado, lo sé, pero a mis años asumo la certeza de que no es fruto de un brote hormonal adolescente, sino de la convicción que conlleva la experiencia.

Reivindico y abogo por la vuelta de esa mujer, en grave peligro de extinción, de corte clásico en su belleza, inteligente, moderna por leída y viajada, contradictoria en su esencia, segura de sí misma y consciente de su feminidad. Por suerte puedo hablar desde el conocimiento, pues en el matriarcado en el que me tocó criarme, he tenido un par de buenos ejemplos: primero en mi madre y después, vía herencia genética, en mi hermana. Ancestralmente agraciadas, independientes en su pensamiento y con unos ademanes tan distinguidos como abiertos, o como diría una amiga mía a la que perdí la pista hace muchos años: rompedoras a la vez que elegantes y discretas.

Este post va dedicado, en especial, a ellas y, en general, a todas aquellas mujeres que han ayudado no sólo a embellecer sino a engrandecer, a través del celuloide, a lo que antaño fue una mayoría y hoy ha pasado a ser una minoría generacional: Tippi Hendren, Brigitte Bardot, Audrey Hepburn, Jessica Lange o Catherine Deneuve, entre otras.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Donde los ángeles no se aventuran

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Hoy os traigo una reflexión tan compleja en su dilema como espinosa en su puesta en práctica. No tanto por la emoción que pueda derivarse de la reafirmación del veredicto, sino por las consecuencias a la hora de ejecutar la sentencia. Por tanto, y antes de lanzaros a la acción ante cualquier conflicto con vuestros congéneres, os recomiendo encarecidamente que leáis esta entrada, penséis con calma y utilicéis con mesura, durante un tiempo limitado y como complemento de un modus vivendi equilibrado, cualquier determinación que saquéis en conclusión.

En ocasiones ocurre que al emular ciertas actitudes angelicales te encuentras con que la gente se aprovecha de tu buena fe. El hecho de beneficiarse de una situación no es para clamar al cielo y menos si uno lo ha puesto en bandeja. Lo que realmente molesta es cuando, y para más inri, a algunos les da por querer hacer más sangre de lo que debieran o por beneficiarse de la leña del árbol caído que ni siquiera ellos mismos han cortado. Tonto, vale, pero apaleado, de eso nada.

Es en caliente cuando a uno se le suele plantear la disyuntiva de, o bien, dedicarse a la ensoñación pasiva evasiva tipo heroína ilusa Lars Von Trieriana, a lo Dancer in the dark con imaginario musical incluido, o a la pulsión activa agresiva a lo mujeres al borde de un ataque de nervios con aires almodovarianos. Siempre me acordaré de esa escena en la que Carmen Maura (muy Miura ella) en el bufete de abogados planta una soberana bofetada a su interlocutora al grito de «¡Usted no es una abogada! ¡Usted es una hija de puta!”. Tras dejar a la receptora de dicha gracia apoltronada en el sillón en estado shock y salir del despacho, la secretaria le pregunta si ha podido solventar su problema a lo que la protagonista dice con gran aplomo y deje de alivio en su voz: «La verdad es que no, pero me voy mucho más tranquila» ¿Quien no se ha permitido, en un alarde de imaginación, la ensoñación de soltarle una buena galleta a alguien? Baja en sal y calorías por supuesto, siempre muy dietética: que se note que todo en ti es biológico y fresco del día.

Pues ni lo uno ni lo otro. Ambas son soluciones demasiado fáciles para que traigan nada bueno y, como dice el refrán, quien deja camino y coge vereda, se cree que adelanta, pero rodea. La primera opción porque de la bondad a la estupidez más profunda hay una delgada línea que, por orgullo propio, jamás se debe traspasar. En el segundo caso, aunque pueda parecer que uno se queda mucho más a gusto y el otro lo esté pidiendo a gritos, porque a largo plazo puedes verte con los huesos en un juzgado. Encima os puede tocar, por vía contenciosa, pagar como nuevos a los que ya vienen tarados de fábrica. ¿Cómo le explicas a un juez que no es justo sufragar un Prêt-à-porter a precio de Haute Couture? Complicado.

¿Cuál es la mejor opción y la más equilibrada? Cultivar el noble arte del desaire. Si lo hacéis bien llegaréis a un estado de gracia en el que vuestra principal máxima será: la gente mezquina es tal el desdén que me provoca que ni siquiera me tomaría la deferencia de mearle encima aunque estuviese ardiendo en llamas. Ya veréis como todo lo demás vendrá de la mano y, a su vez, desarrollaréis la virtud de la anticipación, la cual os ayudará a prevenir antes que curar. Otras acciones, más expeditivas, sólo deben usarse de forma puntual o bajo la atenta supervisión de un experto.

Como si de un producto farmacéutico se tratase, conviene recordar que antes de lanzaros a la desconsideración hay que leerse atentamente las instrucciones de preparación y evaluar las recomendaciones de uso, además de los componentes emocionales por si sois intolerantes a alguno, por ejemplo, al mal de amores. Suele ser aconsejable acompañarlos con una gran cantidad de cordura para aumentar la sensación de saciedad en el menosprecio.

Quedáis avisados. Luego no quiero lloros ni lamentaciones por medir con impaciencia el alcance de las resultas. Aunque a todos, en el fondo, nos guste un buen drama heroico, sobre todo cuando uno es el protagonista de la historia, en tiempos de crisis no está el cuerpo para derroches de energía, ni el ánimo para muchos excesos emocionales.

A los 25 años me compré una camiseta divertidísima con la leyenda: “Estoy harto de estar tan bueno”. Ahora, pasados los 35, me he serigrafiado otra más acorde a las nuevas circunstancias con el lema “Estoy harto de ser tan bueno” Aunque verbos copulativos ambos, cualquier parecido en su significado es pura coincidencia.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

¿Esnobismo parisién?… Anótelo en mi cuenta

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Nunca he entendido la infructuosa a la vez que absurda costumbre, de embrollar e incomodar al cliente por parte de algunas almas cándidas contratadas para prestar un servicio. Si el mismo empeño que ponen en dejarle confundido o airear sus carencias lo utilizasen para mejorar la interacción, facilitando el flujo de comunicación, no sólo se aligeraría el proceso sino que además, a fuerza de profesionalidad, se conseguiría fidelizarle.

Sin embargo, y en más de una ocasión, he visto como el ego de aquel que realiza la prestación lo envuelve todo, siendo mucho más fuerte su necesidad de brillar cual estrella del celuloide que cumplir con el objetivo de la misión encomendada. Yo lo achaco a la creencia arraigada en el inconsciente colectivo de este país, tan extendida como errónea, de que ejercitar cualquier labor de asesoramiento no sólo define pobremente a una persona, en cualquiera de sus ámbitos, sino que además debe llevar implícito un sentimiento de inferioridad, a combatir con uñas y dientes, por lo que parece ser la indignidad de la labor realizada.

Por lo que parece, nobleza obliga: siendo un imperativo moral dejar claro, con jerga y/o palabros a cual más rimbombante, la distancia existente con el comprador en lo que a conocimientos se refiere. Que se note que uno debería ser la parte contratante por vastos conocimientos y grandeza de porte. Que uno no ejerce como mínimo en la NASA u ocupa sillón P mayúscula de la Real Academia Española porque no quiere. Que, como bien versa el lema de la citada institución, es su obligación moral dedicarse a limpiar, fijar y dar esplendor a la necedad del cliente.

Aquí os presento una situación tan verídica como ilustrativa sobre los peligros que este tipo de situaciones conlleva y los berenjenales, de padre y muy señor mío, en los que uno jamás debe meterse:

Hace unos meses fui a comer con la familia a un restaurante francés en el centro de Barcelona. Como siempre llegué el primero. Mientras esperaba al resto de comensales iba tomando mi Hendrick´s con Fever Tree de rigor.

A los 15 minutos ya estábamos todos en la mesa echando un vistazo a la carta. Repasando la lista de primeros me fijo en lo que parece ser una ensalada provenzal descrita como «a nuestra manera«. Ese tipo de platos sorpresa parece estar poniéndose muy de moda en la ciudad condal. A mí, desde luego, me entretienen: me da por jugar a adivinar infinidad de modos y composiciones, a cual más ilógica, en su elaboración. Huelga decir que como tema de discusión entre compañeros de mesa no tiene precio. En esas estábamos cuando se acercó el mesero, que de galo tenía lo que yo, es decir, el blanco de los ojos.

Camarero: ¿Ya saben lo que van a tomar los señores?

Servidor: Pues más o menos. Una pregunta… ¿Esta ensalada provenzal “a su manera” de que trata?

Camarero: (Sentenció con todo indulgente) Pues como hacemos las ensaladas en la Provenza.

Seguro que a los franceses que vienen a España esas cosas no les pasan. A la hora de pedir una ensalada catalana “a nuestra manera”, por viajados y ardillas, doy por hecho que son capaces de recitarte los ingredientes de carrerilla.

Servidor: Mira que voy veces a la Provenza, exclusivamente a comer su ensalada, y nunca consigo retener como la tomé la última vez. ¿Me lo puede recordar si es tan amable?

Camarero: (Confundido por la jocosidad de mi respuesta) Pues lechuga, tomate, atún…

Servidor: (levantando la vista y mirando directamente a los ojos de mi interlocutor con cierta ironía) Vamos, una ensalada mixta de “tout la vie”.

Camarero: Si… Más o menos.

Servidor: (sonriendo) Pues por lo que ha dicho y lo que intuyo va a ser que más mas que menos (Dirigiéndome a mis acompañantes) Esto ratifica mi teoría de que es más lo que nos une que lo que nos separa con respecto a nuestros vecinos, por lo menos en cuanto a cultura culinaria se refiere. (Mirando otra vez al camarero) Póngame una por favor.

Camarero: ¿Y de segundo?

Servidor: Un solomillo de buey.

Camarero: ¿Como desea la carne el señor?

Servidor: Poco hecha, si es tan amable.

Camarero: ¿Bleu o Saignant?

Durante un momento pensé que al buen hombre se le había escacharrado la boca, pero fue cuestión de segundos recordar que los galos poseen diferentes tipos de puntos de cocción para la carne: desde Bleu, prácticamente vuelta y vuelta, a Bien Cuit, o lo que nosotros denominaríamos muy hecho.

Servidor: (tras unos momentos de expectación) Pues mire, ni lo uno ni lo otro, sino como la ensalada provenzal: a mi manera. O lo que es lo mismo: vuelta y vuelta. Muy tostado en la superficie y crudo en el interior… Y mire, ya puestos, anote el postre: una tarta de pyrus malus.

Camarero: Perdón ¿Una tarta de qué me ha dicho?

Servidor: De pyrus malus.

Camarero: Lo siento. No le entiendo.

Servidor: (con aplomo) Vamos a hacer una cosa. Primero traiga los platos y mientras tanto pregunte al maître, ya verá como él sabe a lo que me refiero y si no pregunte al cocinero.

Así lo hizo. Entre primeros y segundos le vi muy atareado hablando con el jefe de comedor del restaurante y este a su vez con quien supuse sería el cocinero, pues llevaba delantal al ristre. A la hora de los postres se acercó de nuevo con lo que le había pedido.

Camarero: (con mucho retintín especialmente al término de la frase) Aquí tiene lo que ha pedido el señor: su tarta de manzana.

Servidor: (sonriendo de oreja a oreja) Muchas gracias. Espero que no le haya costado tanto decidirse con el postre como a mí con los platos anteriores.

Nada como contrarrestar los esnobismos parisiéns con un buen latinajo.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

El paroxismo estético

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Llevaba cinco meses a dieta no tan solo por motivos estéticos sino de salud. Ir en busca de la talla perdida también permitiría, con un poco de suerte, que sus hábitos alimenticios diesen un respiro a su colesterol. Tras unos primeros meses donde el ansia de comer pendió cual espada de Damocles sobre su ánimo consiguió quitarse, con algo de esfuerzo y mucha infusión, un gran peso de encima: la friolera de doce kilos.

Tomó la firme decisión de lanzarse de cabeza al paroxismo estético el día que, preguntando al espejo quien era el más bello del reino, recibió una sonora risotada por respuesta. Es lo que tienen los espejos, pensó, mucha mala leche y pocas ganas de mentirte. El cuerpo también ayudó mucho a toda aquella confabulación dietética con su cruel localización de grasas que consiguió, por antiestético y notorio, cambiar no sólo su centro de gravedad sino, por extensión, el del objeto del escrutinio ajeno. Eso sí, todo en pos del noble objetivo de divertir al respetable público en general, más no al afectado en particular: minucias, decidió su palmito, pequeños daños colaterales cuando se trata de un bien común.

Ahora podía volver a presumir de un tipito nada desdeñable recordándose lo bueno que estaba y la poca importancia que se daba.

Durante el proceso, ya se lo avisaron a coro la dietista y el endocrino, notaría un gran cambio en su relación tanto con la comida como con su entorno.

Ni os imagináis la agilidad mental que llegó a desarrollar a base de contar aportes calóricos, por no hablar del descubrimiento de todo un nuevo mundo conceptual que versaba sobre calorías vacías o negativas. Lo que se dice aburrirse no se aburrió, eso sí, en ocasiones le resultó un tanto cansino tanto cálculo.

Sin embargo, donde se obró el mayor milagro fue en su relación con los demás. Vivió, para su sorpresa, reacciones totalmente opuestas con respecto a su cruzada dependiendo del ámbito en el que se movía.

Recuperó el gusto por ir a comer con la familia. Pasó de escuchar el soniquete de su madre, siempre acompañado de la mirada escrutadora de su padre y de la cara de pitorreo de su hermana, sobre: Qué tripa se te está poniendo. Te estás echando años antes de tiempo. ¿Por qué no haces un poco de ejercicio? A compartir mesa con ellos con más asiduidad para que la misma autora le regalase los oídos con lo que resultaba ser su nueva cantinela, en su opinión mucho más armónica que la anterior y muy digna de entrar a formar parte de los grandes éxitos de ayer, de hoy y de siempre, que rezaba: Te has quedado como una sílfide. Un lustro te has quitado de encima. Que porte tan señorial.

Con algunos amigos la situación fue por otros derroteros. Creyó que se debía al cambio generacional. Por jóvenes y sobradamente preparados éstos tenían otra escala de valores. Tan evolucionados ellos en sus planteamientos consideraban que lo importante era el interior. Eso de la obsesión por el cuerpo, les oía siempre, es para aquellos que no tienen otra cosa que ofrecer. Qué dignos candidatos parecían al Nobel de la Paz, al Príncipe de Asturias de la Concordia y, ni que decir tiene, al Nobel de Física.

Cuando les decía que se estaba poniendo como un tonel ellos respondían: ¡No! ¡Qué va! Qué cosas tienes. Si apenas se te nota ¿No ves que eres muy alto? No te obsesiones. Estás exagerando. Son figuraciones tuyas. Lo que tienes que aprender es a quererte más. Lo cual tuvo un doble efecto. Si al principio de su periplo no se veía con muy buenos ojos, ahora había que sumar un nuevo factor a la ecuación: por lo visto no se quería nada. Incluso llegaban a marearle diciéndole en ocasiones: ¿No has adelgazado un poco? ¡Qué bien se te ve! ¡Sigue así! Cosa extraña, pues de una semana a otra la báscula había contabilizado una diferencia de tan sólo dos kilos… pero de más.

Confundido por tanta zalamería sin sentido y visto algunos signos inconexos en el discurso, empezó a sospechar que ahí había gato encerrado. Por ejemplo, cómo podía ser que ellos, según aseguraban, comiesen casi cualquier cosa y tuviesen esos tipos. Yo creo que es genética, le respondió uno de ellos el día que se atrevió a preguntar al respecto. Mira que bien, pensó el héroe de esta historia, pasados los treinta a todos se les acelera el metabolismo por lo que parece ser ciencia infusa… Menos a él, claro. Y lo de ir al gimnasio es por mantenerme ocupado y socializar, apuntilló el primero.

Uno puede ir pasado de kilos, pero hasta el día de hoy no hay estudios científicos que demuestren que existe relación alguna entre el exceso de peso y la capacidad de raciocinio. Es decir, nuestro protagonista podía estar fondón pero no era tonto. Incluso, llamémosle paranoico, pronto comenzó a creer que a algunos amigos les encantaban sobremanera sus inconmensurables circunstancias.

Un día que estaba en pleno efluvio etílico sorprendió a uno de esos supuestos camaradas diciéndole a otro: ¡Déjale que beba! ¡Así no se deprime si no liga! Mientras que tres meses después, cuando llevaba diez kilos perdidos, el simple acto de la melopea, cobró una nueva dimensión: ¡No sabe beber! ¡Mírale! ¡Hablando con todo el mundo haciendo el ridículo!

Incluso, les entró un repentino y obsesivo interés por todo lo relacionado con su salud y bienestar. Siempre al quite y sacando fuerzas del culo, además de toda la mala leche que les era posible, les faltaba tiempo para decir: Cada día estás más delgado. Se te está quedando la cara demacrada. No bajes más. Para ya de adelgazar. Te vas a enfermar. Y claro, como el susodicho ya estaba comenzando a aprender la lección y en su casa le había enseñado que favor con favor se paga, a su vez, también comenzó a preocuparse por ellos aconsejándoles por respuesta: pues deberías tomar ejemplo y pasarte un par de semanas haciendo bondad que menudas cartucheras se te están poniendo. Y aquellos que tan condescendientemente veían la acumulación de grasas en cuerpo ajeno escrutaban entonces con cara de pánico el suyo propio… Porque, queridos, lo importante es el interior.

Lástima que no haya operación estética que, con la relativa facilidad que supone perder kilos, consiga disminuir el grado de hipocresía o crueldad del ser humano. Así que nuestro protagonista decidió que, desde aquel día, dejaría que algunos de sus amigos se dedicasen a cultivar su interior, como él ya había hecho, que mientras tanto y para evitarles posibles distracciones, a sus potenciales ya se los tiraría él.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Incógnitas de supermercado

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Haciendo acopio de víveres para el fin de semana andaba yo enredado el viernes pasado cuando, al atravesar un pasillo abarrotado de señoras con hábitos de compra compulsivos y procurados aires distinguidos, me surgió el siguiente supuesto con ecuación de segundo grado incluida, cuyo enunciado me recordó a tiempos pretéritos:

Mi carrito sale a las siete y media de la tarde de la sección de bebidas espirituosas en dirección a la de aguas minerales a 5 km/h. A la misma hora sale al trote otro carrito del lineal de aguas minerales hacia las bebidas espiritosas a 12 km/h. Si entre las bebidas espirituosas y las aguas minerales hay una distancia de 6 m, calcula cuánto tardarán en chocarse los carritos, a qué hora se cruzarán y qué distancia habrá recorrido cada uno de ellos.

De buena gana hubiese hecho los cálculos pero, agotado que estaba de toda la jornada, decidí darle a mis neuronas un merecido descanso y postergar la resolución para otro momento. Además, la disyuntiva obligaba a decantarme por evitar la colisión y no a estar a vueltas con la distancia, la velocidad y el tiempo.

Así que paré, sonreí, musité un por favor y cedí el paso. La señora atravesó el espacio cual ente supraterrenal: mirada esquiva, rictus tenso y paroxismo en sus ademanes. Ni una mirada, ni un pestañeo, ni que decir tiene gesto alguno de cortesía. Pensé para mis adentros mientras retomaba el paso: ¡Curioso! He debido cruzarme con la única sordomuda del local.

Recorridos otros cuatro metros tuve que hacer la misma operación y, para mi sorpresa, obtuve el mismo resultado. ¡Vaya! Debería ir a comprar lotería, porque dos en una misma tarde es mucha coincidencia, aseveré. De repente, otra vez. A esas alturas ya me dio por sospechar: ¿Tres sordomudas en un lapsus de tiempo de 20 minutos? ¿Se estará celebrando alguna convención por aquí cerca?

Tenía que hacer algo y rápido. No me podía resistir a la tentación de resolver cuanto antes el que me dio por bautizar como “misterio de las supuestas sordomudas consumistas”. Unos metros más y la oportunidad se presentó finalmente: de nuevo dama impertérrita al cederle el paso. Muy resuelto, cuando me cruzó, le toqué en el hombro. Ella se giró y yo aproveché, teniéndola enfrente, para hacerle la señal de “de nada” en el lenguaje de los signos, mientras me aseguraba de que podía leerme los labios gesticulando convenientemente.

La susodicha, tras unos segundos de pasmo, me miró con cara rara. Como si tuviese delante a alguien con algún tipo de problema psicomotriz que le diese por mover las manos a lo loco y ejercitar sus músculos faciales a destiempo. Entonces me dijo: ¿Pasa algo? Y yo, sorprendido, le pregunté: ¡Ah! ¿Pero…? ¿No es muda? Contestándome ella con aires ofendidos: ¡Ni tampoco sorda! Entonces, caí en la cuenta y resolví con gran alivio: Perdone. Como no ha dicho ni gesticulado nada cuando le he cedido el paso pensé que tenía algún impedimento para expresarse y quería facilitarle la interacción. Pero si la única facultad que tiene usted mermada es la de la educación me deja mucho más tranquilo. Buenas tardes.

Dicho eso, y sin esperar respuesta, enfilé hacia el departamento de lácteos perdiéndome entre la multitud. Por cómo se quedó la aludida creo que aún anda petrificada cual mujer de Lot, como estatua de sal, en medio del supermercado.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

La doctora filósofa

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by asertivopordecretoleyHace algunos meses pasé por la consulta de mi doctora de medicina general para chequear los resultados de los análisis de sangre que me hago cada año. Por mucho que repita como un mantra que los treinta son los nuevos veinte, a mi colesterol esta máxima parece no convencerle. Así que una o dos veces al año, en honor a mi amago de hipocondría y en pos de rentabilizar la póliza del seguro, me hago un examen completo.

Así se desarrolló la conversación con el oráculo:

Doctora: Siéntate, por favor. ¿Cómo estás?

Servidor: Fenomenal. Pero seguro que tú tienes algo que decir al respecto. ¿Alguna novedad?

Doctora: Según tu analítica: el colesterol ha bajado y los demás índices están correctos. El hígado un poco en los límites… (Levanta la vista de la ristra de papeles, mientras pasa una hoja, y me mira con aires condescendientes)… Por casualidad, ¿No conocerás a alguien que en las últimas semanas le haya dado por comer alimentos con un alto índice glucémico?

Servidor: (juego al despiste) La verdad es que me presentan a tanta gente últimamente que ahora mismo no caigo.

Doctora: ¡Menos cachondeo, que esto va en serio!

Servidor: ¡Vale, vale! ¡Culpable! Es por la ansiedad: me da por los atracones. Además, llevo una temporada sin hacer deporte. Estoy bastante apático.

Doctora: Cara de cansado tienes, desde luego.

Servidor: Es que estoy en una edad muy mala.

Doctora: ¿Deprimido?

Servidor: No, con un tono vital muy bajo y en una fase de fatiga perpetua.

Doctora: ¿Alguna vez te has quedado dormido durante los quehaceres diarios?

Servidor: Ummmm… No. Bueno, sí. A veces, cuando estoy tomando un café con algún amigo me dan conatos de somnolencia. Oigo lo que me dicen, pero el runrún sin sentido termina narcotizándome.

Doctora: (sonríe irónicamente) Pues menudo panorama. Si no te aportan ni una conversación interesante, ¿Por qué quedas con ellos?

Servidor: No sabría que decirte… ¿En conmemoración de tiempos pasados y vivencias compartidas?

Doctora: Es decir, los síntomas son: ataques sentimentaloides que te empujan a emperrarte en mantener ciertas amistades, aún a sabiendas de que te sobran enteras. Vamos, como cuando uno se enamora del amor. Pues para mí está clarísimo: sufres el Síndrome de Diógenes Fraternal

Servidor: (entre risas) Pues menudo cuadro… médico. Espero que no sea grave.

Doctora: Si se trata a tiempo no pasa de ser una molestia transitoria.

Servidor: Pues ya me dirás…

Doctora: Aprende de tu organismo: ¿Qué hace el cuerpo con los deshechos que no le aportan nada?

Servidor: ¿Los expulsa?

Doctora: So pena de estreñirse: es entonces cuando aparecen síntomas como la hinchazón, la distensión o el malestar abdominal, dolores de cabeza, incluso sensación de fatiga y agotamiento nervioso. ¿Te suena?

Servidor: (pongo cara de asombro y musito) ¡Cuánta sabiduría encierra la naturaleza en sí misma!

Doctora: Te recomiendo una buena dosis de Prioriza(mina) 200 mg: potente laxante emocional que te va a ir de escándalo para que se te regule el tránsito de amistades.

Servidor: ¡Qué escatológica!

Doctora: (con tono de sorna) Pragmática, querido, pragmática.

Servidor: ¡Qué filósofa!

Doctora: Pues, lamentándolo mucho, esta sofista da por terminada su jornada laboral. Llevo más de diez horas trabajando y estoy molida. Necesito llegar a casa y descansar. Así que, pide hora para dentro de seis meses y, de paso, ya me contarás como vas de tu… estreñimiento figurado.

Servidor: (me despido, me levanto y salgo por la puerta mientras murmuro) Menudo papelón el del panorama sanitario actual. ¿Será por culpa de los recortes?

Dejo atrás a la doctora riéndose a carcajadas mientras levito en pleno éxtasis místico hacia el mostrador para pedir una próxima cita.

De repente, me viene a la cabeza aquella escena del Misántropo de Molière que aseveraba: “Moi, votre ami ? Rayez cela de vos papiers” (¿Yo, vuestro amigo? Quitaos eso de la cabeza)

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Si no puedes convencerlos, confúndelos

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Si a algunos la noche les confunde, a mí lo que me enreda es la vida. O ella es demasiado avanzada para mí o yo lo soy para ella. El caso es que debemos tener biorritmos distintos pues no somos capaces de sincronizarnos del todo. A veces, ni la entiendo ni me convence en ninguna de sus formas, por antojárseme absurda y retorcida.

La naturaleza, tan pícara como sabia, como no es capaz de hacerme entrar en su sinrazón me lía con sus argumentos para que, mientras me devano los sesos intentando resolver sus acertijos, pueda campar a sus anchas haciendo de las suyas. Algo parecido me pasa con mis gatos cuando no les oigo: o andan descansando o están inmersos en alguna trastada. La diferencia radica en que ésta, al contrario de los anteriores, no descansa nunca, por lo que ante la calma casi seguro que proseguirá una buena tempestad.

En mi infancia, cuando intentaba comprender lo que al parecer no debía ser asunto mío o resultaba incómodo de explicar, ya jugaban conmigo al despiste. Era un niño inquieto al que le daban una simple hoja de papel para que me pasase las horas muertas haciéndola pedazos, no me fuese a dar por preguntar alguna inconveniencia. Como podréis comprobar, mi relación con el entorno ya apuntaba maneras.

Si de adulto no pasas por el aro de las convenciones o te da por cuestionar lo que se presupone son dogmas de fe, te confunden igual: en el amor te enredan con el sexo, en la amistad con cualquier banalidad. Y así, un ejemplo detrás de otro. Ni os imagináis cuantos folios metafóricos me ha tocado trocear.

En ocasiones, yo también me dedico al noble arte de la confusión visto los buenos resultados que da la estratagema. Probadlo. De verdad que le terminaréis pillando el gusto. ¿Mi objetivo? Que me dejen un rato en paz cuando la gente se pone pesada.

Hay tantas maneras de provocar confusión como diferentes personalidades existen. Algunas con más gracia y otras más burdas. A mí, la que más me gusta es, en el momento más inesperado de la conversación, poner cara naif, tomar aire, exhalar un casi imperceptible suspiro y preguntar sobre cualquier cuestión metafísica que nada tenga que ver con lo que se está hablando. Para ello hay que mantener en todo momento, y en espera de una respuesta, la vista fija en los ojos de tu interlocutor con la cabeza ladeada.

Al principio, a tu oyente se le pondrá cara de estupefacción, casi como de estar en estado catatónico. Mientras te observa para saber si estás de broma, y ver que no es así, su gesto irá derivando hacia la confusión más ignota (aquí es muy importante no abandonar la impostura) De ahí a la sensación de pánico, como si de una aparición mariana o un avistamiento OVNI se tratase, va un paso. Ya veréis como tras unas frases de cortesía terminará disculpándose con cualquier excusa y se marchará. Por cierto, es aquí donde deberéis regresar el gesto a su posición original, o los que tengáis alrededor se pensarán que habéis tenido una experiencia extracorpórea.

¿A qué estáis esperando para probarlo? Confundíos y multiplicaos

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Spain is different!!

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Martes. 11:30 am. Bajos de una gran superficie: sección menaje de cocina. A mano derecha, pequeño electrodoméstico. A mi izquierda, cristalería….

Servidor: (barruntando para mis fueros internos) Debería comprar unos cuantos vasos de batalla, que ya me van quedando pocos…

En esos pensamientos tan profundos andaba yo enfrascado, cuando escucho una voz solemne a mi vera…

Dependiente n.1: ¿En qué puedo ayudarle?
Servidor: Hola. Buenos días.
Dependiente n.1: ¿Deseaba?
Servidor: Hombre, pues para empezar un buenos días no estaría mal.
Dependiente n.1: 1: Ummm… Buenos días.
Servidor: Gracias. Mire, venía a cambiar esta olla que compré hace una semana y que no funciona.
Dependiente n.1: ¿Qué le pasa?
Servidor: Pues eso me gustaría saber a mí. El caso es que he ido a estrenarla con un cocido y no he conseguido abrirla hasta después de una hora y la verdad, no tengo por costumbre merendar legumbres, se me antojan indigestas.

Dependiente n.1: ¿Se ha leído las instrucciones?
Servidor: (riendo) No me diga que en vez de comprar una olla, he adquirido un reactor nuclear. Perdone, pero no es la primera vez que utilizo un artilugio similar para vérmelas con la comida.
Dependiente n.1: ¿Trae el ticket de compra?
Servidor: Un poco feo comprársela a la competencia y venir a traérsela a usted, ¿Verdad? Sí, claro que he traído el ticket de compra.
Dependiente n.1: ¿Me permite la olla para probarla?
Servidor: ¿Perdón?
Dependiente n.1: Si. Hay que probarla para ver qué problema tiene.
Servidor: A ver si yo me entero, que para esto debo ser un poquito obtuso. ¿Me está usted diciendo que se va a poner a cocinar aquí y ahora?
Dependiente n.1: No, tranquilo, es sólo poner un poco de agua a hervir en el hornillo que tenemos ahí (me señala a lo lejos) para ver el problema que tiene.
Servidor: ¡Ah! Bueno, si es así me deja usted mucho más tranquilo… Perdone, se está usted quedando conmigo, ¿No? ¿Y a mí eso que me soluciona a parte de estar como un idiota esperando a que una olla empiece a echar vapor? Además, que puede funcionar aquí y luego darme problemas otra vez en casa y me va a perdonar, pero tengo mejores cosas que hacer que estar de arriba para abajo con este armatoste a cuestas.
Dependiente n.1: Pues así son las normas.
Servidor: Pues llame por favor al encargado de sección.

Dependiente n.1 se marcha airado, olla en mano, y a los dos minutos aparece con Dependiente n.2, también conocido como encargado de sección.

Dependiente n.2: Buenos días. Me ha dicho mi compañero que tiene usted un problema.
Servidor: No, yo ninguno. Más bien la olla con las judías con chorizo que se quiere preparar su compañero.
Dependiente n.2: Es que ese es el proceso a seguir.
Servidor: Y yo, como ya le he comentado a su compañero, le digo que simplemente vengo a cambiar una olla. Así que ¿Por qué no me hace ahora mismo el cambio y luego ustedes se quedan haciendo todas las pruebas que quieran?
Dependiente n.2: Creo que no me está entendiendo…
Servidor: ¡Perfectamente! Quienes no me entienden son ustedes a mí. Así que, como veo que no me pueden ayudar, me hace ahora mismo el favor de llamar al jefe de planta.
Dependiente n.2: Es que no sé si va a estar disponible.
Servidor: Pues si no es el jefe de planta será el del centro o si no al mismísimo director de la cadena porque yo ya estoy empezando a perder la paciencia.
Dependiente n.2: Un momento, por favor.
Servidor: (murmurando) No, si ya puestos a momentos…

Se marcha Dependiente n.2 dejándome con la mirada inquisitiva del Dependiente n.1. Pero yo, que no soy de amilanarme, le digo muy casual para intentar aligerar la tensión: ¿Se nota mucho la crisis en el negocio? Por el gesto que pone, no sé si me va a contestar o a escupir en la cara, pues en ese momento vuelve Dependiente n.2 con el que parece ser el jefe de planta, Dependiente n.3 a partir de ahora y para abreviar.

Dependiente n.3: Buenos días. Me han contado su problema pero debo decirle que…
Servidor: ¡Uy! Si empezamos con las conjunciones adversativas comenzamos mal. Mire, yo le doy la solución ya que ustedes no parecen encontrarla. Se quedan con la olla defectuosa, me dan una nueva y me voy por donde he venido.
Dependiente n.3: Lo único que puedo hacer es devolverle el dinero.
Servidor: Perfecto. Entonces me hace usted ahora mismo el abono y, cuando lo tenga, le vuelvo a comprar otra olla. ¿Le parece bien? Ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿Para qué hacerlo en tres pasos si puede simplemente cambiarme la olla? Así se evita la gestión del abono y yo la de tener que volvérsela a comprar. ¿No es más fácil?

Silencio de los tres dependientes…. Miradas de estupefacción entre ellos…

Dependiente n.3: No se preocupe. Ahora mismo le hago el cambio del artículo.
Servidor: ¡Aleluya! ¡Habemus ollam!

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Tweets por compasión

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Las redes sociales, que tan de moda están, no son sólo una valiosa herramienta relacional, sino que además pueden llegar a prestarnos, debido a su efecto multiplicador, el majestuoso servicio de comunicar nuestra necedad por doquier. Porque ya no nos basta con quedar en ridículo en nuestro círculo más cercano, ahora hay que proclamar nuestras carencias a los cuatro vientos, a ver si va a ser cierto eso de que la sandez compartida es menos necedad.

Los extremos nunca me han parecido dignos de confianza. No sé si por obsesión aristotélica asociada al concepto de virtud como término medio o por la creencia que siempre me ha inculcado mi madre de que ni los buenos son tan piadosos, ni los malos son tan perversos.

Leo hace un tiempo, con gran sorpresa y aún mayor ataque de hilaridad, un mensaje de menos de 140 caracteres, replicado en una red social de ámbito profesional, que reza: «Moviendo contactos para una persona que lo necesita aunque soy consciente de que no se lo merece»

Me quedé atónito al descubrir la gran bondad, probidad e integridad que eran capaces de destilar tan pocas palabras por sus cuatro costados. Ahora, hablando medio en serio: Pero vamos a ver almas de cántaro, pequeños saltamontes, apóstoles de la mística cuántica, ¿Cómo se puede llegar a cometer tamaño atentado contra la reputación de uno mismo?

La respuesta es sencilla. Nada como buscar desesperadamente el reconocimiento de los demás en pos de la autoafirmación de virtudes propias, ya sea por vanidad o por inseguridad, para ponerse en entredicho. Pero, hete aquí, por qué será, que el fin no siempre justifica los medios y si no andas con cuidado puedes hacer el ridículo más espantoso.

Espero que, aun resultando improbable que no imposible, a la virgen de Lourdes le diese aquel día por darse un garbeo por la red y obrase el milagro de:

a) que la persona receptora del favor no estuviese entre los destinatarios. Muy violento eso de sentirse objeto de limosna y clemencia. Seguro que los curas de mi colegio estarían de acuerdo en considerarlo, cuanto menos, una acción poco cristiana.

b) que los contactos a mover tampoco. Pues menuda referencia implícita en el mensaje. ¿Os imagináis el papelón en caso de toma de contacto?

c) que el resto de destinatarios fuésemos lo suficientemente ciegos o, en su defecto, cortos de entendederas para no darnos cuenta de los dos supuestos anteriores.

¿El más perjudicado en todo este disparate? El autor del tweet. Quiero creer que el dramaturgo tenía un mal día y le dio por experimentar en carne propia la respuesta a la pregunta: ¿Es posible sobrarse y bastarse uno mismo para quedar en evidencia sin necesidad de los demás? Pues nada, objetivo cumplido. Desde aquí mi más sincera enhorabuena por la valentía demostrada al querer ayudar a encontrar evidencias de gran utilidad para la comunidad científica.

Huelga decir que un error de cálculo lo puede cometer cualquiera, pero sirva este castigat ridendo mores como ejemplo para alertar sobre aquellas supuestas almas cándidas de cartón piedra pues, como ya asevera el refranero popular, de buenas intenciones está el cementerio lleno.

Nos vemos,

asertivopordecretoley                                                     

PD. Mi más sincero agradecimiento a Gilbert por ayudarme a elegir el título de esta entrada