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Huir durante un par de días de la densidad de la rutina debería ser un imperativo legal. Así que, como ciudadano ejemplar y sabiendo que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, yo, por si acaso y de vez en cuando, me lío la manta a la cabeza, pongo rumbo a Besalú, y hago una escapada de fin de semana a casa de mis amigos Josep y Daniel.
Para todos aquellos que desconozcáis este precioso lugar os informo de que se trata de una villa medieval perteneciente a la comarca de La Garrocha, en la provincia de Gerona. Desde su imponente puente románico se divisan unos paisajes que, especialmente en primavera y en otoño, bien merecen ser transitados.
La vivienda ubicada en el casco antiguo, de fachada histórica y portón regio, está dividida en cuatro plantas reformadas íntegramente por sus dueños y donde Daniel gestó, hace ya algunos años, su propio mundo artístico con el seudónimo de J.j. Dëê Pineda.
El taller, ubicado en la planta baja, anda siempre repleto de instalaciones, esculturas, fotografías, collages o pinturas. Su arte me intriga pues lo siento concebido desde las entrañas, a veces lleno de luz e incluso, en ocasiones, perturbador.
Si se sube a la planta primera llegaremos a la cocina: centro neurálgico de la casa. Un espacio diáfano y acogedor donde probar las delicias mexicanas que siempre, como invitado desconsiderado que soy, les demandando categóricamente ya que, mexicano de nacimiento y gerundense de adopción, Daniel tiene mano de santo para los fogones y siempre obra el milagro para los que, como yo, nos encanta la buena mesa.
Las sobremesas son interminables, se habla y se discute, se toca sin pudor lo divino y lo humano, siempre con una copa de vino o una taza de té en la mano, hasta que cae la tarde; Entonces, se vuelve a comer y se sigue charlando olvidando cualquier tipo de obligación que no sea el aquí y el ahora.
Entre gula y desvarío, un paseo por las callejuelas de la fortaleza, por la vereda del río. En verano, al caer la tarde, a veces nos tumbamos en las hamacas de la terraza del ático divisando la montaña. Por la noche, en el completo silencio de la tercera planta, descanso en la habitación de invitados, entre relojes que cuelgan del techo como si de un cuadro de Dalí se tratase y que me recuerdan que el tiempo anda suspendido sobre mi cabeza cual espada de Damocles.
Lo mejor, la infinidad de “no cosas” que descubres que puedes disfrutar cuando la compañía es grata, como, por ejemplo, leer entre risas las doctrinas de un libro, ya raído por los años y encontrado en un desván, con sabios consejos sobre el comportamiento que debe adoptar una señorita de buen tono en el S.XIX.
Es en esos momentos cuando no puedo evitar esbozar una sonrisa irónica al pensar que incluso lo que nos parece más banal puede y debe ser capaz de dejar un gran legado en el corazón.
«Anoche soñé que volvía a Manderley…” Rebeca de Daphne du Maurier
Nos vemos,
asertivopordecretoley