Etiquetas

, , ,

Si a algunos la noche les confunde, a mí lo que me enreda es la vida. O ella es demasiado avanzada para mí o yo lo soy para ella. El caso es que debemos tener biorritmos distintos pues no somos capaces de sincronizarnos del todo. A veces, ni la entiendo ni me convence en ninguna de sus formas, por antojárseme absurda y retorcida.

La naturaleza, tan pícara como sabia, como no es capaz de hacerme entrar en su sinrazón me lía con sus argumentos para que, mientras me devano los sesos intentando resolver sus acertijos, pueda campar a sus anchas haciendo de las suyas. Algo parecido me pasa con mis gatos cuando no les oigo: o andan descansando o están inmersos en alguna trastada. La diferencia radica en que ésta, al contrario de los anteriores, no descansa nunca, por lo que ante la calma casi seguro que proseguirá una buena tempestad.

En mi infancia, cuando intentaba comprender lo que al parecer no debía ser asunto mío o resultaba incómodo de explicar, ya jugaban conmigo al despiste. Era un niño inquieto al que le daban una simple hoja de papel para que me pasase las horas muertas haciéndola pedazos, no me fuese a dar por preguntar alguna inconveniencia. Como podréis comprobar, mi relación con el entorno ya apuntaba maneras.

Si de adulto no pasas por el aro de las convenciones o te da por cuestionar lo que se presupone son dogmas de fe, te confunden igual: en el amor te enredan con el sexo, en la amistad con cualquier banalidad. Y así, un ejemplo detrás de otro. Ni os imagináis cuantos folios metafóricos me ha tocado trocear.

En ocasiones, yo también me dedico al noble arte de la confusión visto los buenos resultados que da la estratagema. Probadlo. De verdad que le terminaréis pillando el gusto. ¿Mi objetivo? Que me dejen un rato en paz cuando la gente se pone pesada.

Hay tantas maneras de provocar confusión como diferentes personalidades existen. Algunas con más gracia y otras más burdas. A mí, la que más me gusta es, en el momento más inesperado de la conversación, poner cara naif, tomar aire, exhalar un casi imperceptible suspiro y preguntar sobre cualquier cuestión metafísica que nada tenga que ver con lo que se está hablando. Para ello hay que mantener en todo momento, y en espera de una respuesta, la vista fija en los ojos de tu interlocutor con la cabeza ladeada.

Al principio, a tu oyente se le pondrá cara de estupefacción, casi como de estar en estado catatónico. Mientras te observa para saber si estás de broma, y ver que no es así, su gesto irá derivando hacia la confusión más ignota (aquí es muy importante no abandonar la impostura) De ahí a la sensación de pánico, como si de una aparición mariana o un avistamiento OVNI se tratase, va un paso. Ya veréis como tras unas frases de cortesía terminará disculpándose con cualquier excusa y se marchará. Por cierto, es aquí donde deberéis regresar el gesto a su posición original, o los que tengáis alrededor se pensarán que habéis tenido una experiencia extracorpórea.

¿A qué estáis esperando para probarlo? Confundíos y multiplicaos

Nos vemos,

asertivopordecretoley