Etiquetas

, , , , ,

Haciendo acopio de víveres para el fin de semana andaba yo enredado el viernes pasado cuando, al atravesar un pasillo abarrotado de señoras con hábitos de compra compulsivos y procurados aires distinguidos, me surgió el siguiente supuesto con ecuación de segundo grado incluida, cuyo enunciado me recordó a tiempos pretéritos:

Mi carrito sale a las siete y media de la tarde de la sección de bebidas espirituosas en dirección a la de aguas minerales a 5 km/h. A la misma hora sale al trote otro carrito del lineal de aguas minerales hacia las bebidas espiritosas a 12 km/h. Si entre las bebidas espirituosas y las aguas minerales hay una distancia de 6 m, calcula cuánto tardarán en chocarse los carritos, a qué hora se cruzarán y qué distancia habrá recorrido cada uno de ellos.

De buena gana hubiese hecho los cálculos pero, agotado que estaba de toda la jornada, decidí darle a mis neuronas un merecido descanso y postergar la resolución para otro momento. Además, la disyuntiva obligaba a decantarme por evitar la colisión y no a estar a vueltas con la distancia, la velocidad y el tiempo.

Así que paré, sonreí, musité un por favor y cedí el paso. La señora atravesó el espacio cual ente supraterrenal: mirada esquiva, rictus tenso y paroxismo en sus ademanes. Ni una mirada, ni un pestañeo, ni que decir tiene gesto alguno de cortesía. Pensé para mis adentros mientras retomaba el paso: ¡Curioso! He debido cruzarme con la única sordomuda del local.

Recorridos otros cuatro metros tuve que hacer la misma operación y, para mi sorpresa, obtuve el mismo resultado. ¡Vaya! Debería ir a comprar lotería, porque dos en una misma tarde es mucha coincidencia, aseveré. De repente, otra vez. A esas alturas ya me dio por sospechar: ¿Tres sordomudas en un lapsus de tiempo de 20 minutos? ¿Se estará celebrando alguna convención por aquí cerca?

Tenía que hacer algo y rápido. No me podía resistir a la tentación de resolver cuanto antes el que me dio por bautizar como “misterio de las supuestas sordomudas consumistas”. Unos metros más y la oportunidad se presentó finalmente: de nuevo dama impertérrita al cederle el paso. Muy resuelto, cuando me cruzó, le toqué en el hombro. Ella se giró y yo aproveché, teniéndola enfrente, para hacerle la señal de “de nada” en el lenguaje de los signos, mientras me aseguraba de que podía leerme los labios gesticulando convenientemente.

La susodicha, tras unos segundos de pasmo, me miró con cara rara. Como si tuviese delante a alguien con algún tipo de problema psicomotriz que le diese por mover las manos a lo loco y ejercitar sus músculos faciales a destiempo. Entonces me dijo: ¿Pasa algo? Y yo, sorprendido, le pregunté: ¡Ah! ¿Pero…? ¿No es muda? Contestándome ella con aires ofendidos: ¡Ni tampoco sorda! Entonces, caí en la cuenta y resolví con gran alivio: Perdone. Como no ha dicho ni gesticulado nada cuando le he cedido el paso pensé que tenía algún impedimento para expresarse y quería facilitarle la interacción. Pero si la única facultad que tiene usted mermada es la de la educación me deja mucho más tranquilo. Buenas tardes.

Dicho eso, y sin esperar respuesta, enfilé hacia el departamento de lácteos perdiéndome entre la multitud. Por cómo se quedó la aludida creo que aún anda petrificada cual mujer de Lot, como estatua de sal, en medio del supermercado.

Nos vemos,

asertivopordecretoley