La invasión de los impulsos creativos

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Ya no hay quien ponga en duda la necesidad de sobresalir cuando interactuamos con nuestro entorno. Las comparaciones han dejado de ser odiosas para convertirse en la materia prima con la que preparar las cinco comidas diarias que nuestra vanidad necesita para mantenerse en forma. Parece casi imprescindible tener que añadir la variable del propio ego a la ecuación para calcular cualquier resultante.

Hacer las cosas fáciles, aunque la lógica lo imponga, no está de moda. Lo que se lleva ahora son los impulsos creativos de gran calado y aún mayor trascendencia cósmica. No es que estemos ante nada nuevo. Simplemente han dejado de ser un don de mentes privilegiadas para convertirse en un derecho de todos.

Pero tranquilos. No hay que entrar en pánico ni luchar contra la evidencia. Ponerse quijotescos no procede pues, además de dejaros exhaustos, sólo conseguiréis ponerle puertas al campo. Relajaos, disfrutad y rendíos a la evidencia de que todos, sin excepción, empezaremos a sentir que hemos sido dotados con el gen de la originalidad por generación espontánea. Que, cada vez con más frecuencia, el número de ideas brillantes a nuestro alrededor se multiplicará por doquier, cual epidemia de gripe en época invernal, hasta llegar al hecho, aunque parezca imposible, de que todo aquel que tenga culo sentará cátedra.

Sin embargo, me permito la licencia de advertir a aquel que no esté acostumbrado y empiece a sufrir de impulsos creativos, de que éstos llevan implícitos en su concepción la imperiosa necesidad de darles rienda suelta a lo grande. Te lo gritan por originales, so pena de enquistamiento emocional, y ya se sabe lo malo que es reprimirse. Como no te funcione bien el filtro entre la idea original y su puesta en práctica, pueden llegar a tener más peligro que una piraña en un bidé, pues su repercusión, por creativa, suele ser el doble por desmán inesperado.

Yo, ya me estoy acostumbrando desde hace tiempo. No sólo en el ámbito profesional, sino en mi vida diaria, donde escucho discursos y veo actuaciones que me dejan, con la alegría que se dicen, además de embobado por lo original de su concepción, extasiado por su contenido.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

La vida es una silla con tres patas

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Es en la adolescencia cuando la música suena con más fuerza en el juego de las sillas. Sillas de todos los tamaños, formas y colores. Mientras seguimos el ritmo de la melodía las observamos, las estudiamos, les pasamos la mano por su superficie imaginándonos sentados en ellas y nos preguntamos: ¿Será esta, se ajustará a mis expectativas, será cómoda, seguirá siendo de mi agrado con el tiempo?

En esas estamos cuando de repente, y sin previo aviso, la música cesa. Nos invade el nerviosismo ya que, según las reglas que nos han explicado, deberíamos apresurarnos a elegir una. La decisión tiene que estar tomada en pocos segundos. Hay mucha competencia y sería terrible quedarse fuera del juego.

Suerte y circunstancias suelen jugar un papel importante: la comodidad de la proximidad, la rapidez de reacción, la necesidad de escoger e incluso la inteligencia de quien cree calcular los tiempos de la mecánica del juego en pos de la silla deseada.

Se van apagando los gritos, disminuye el caos y cesan las carreras. ¡Hecho! Ya hemos tomado posesión de nuestra vida: entramos en la madurez. “¿Estás cómodo?” Pregunta alguien. No sabes exactamente qué responder: “Se parece a la rigidez de unos zapatos recién estrenados. ¿A ti no te pasa?

Ahora, durante el tiempo que dure y hasta que se rompa de vieja o sea pasto de las termitas, hay que cuidar de ella. Pasado el tiempo habrá quien remoce la suya, quien envidie la ajena, quien abandone su asiento e incluso quien tenga la oportunidad de escoger otra.

Nuestra felicidad no sólo dependerá de la comodidad de nuestro asiento, sino que a su vez se sustentará sobre cuatro pilares básicos: el amor, el dinero, la salud y la amistad. Si alguno de estos soportes disminuyese o se rompiese se nos antojaría coja. A mayor altura de las patas, determinada por el grado de éxito que tengamos, más notaremos las carencias al cambiar de posición. Un gesto brusco o en falso y la ley de la gravedad hará el resto, dando con nuestros huesos en el suelo. Y eso, queridos míos, duele.

Pero tranquilos. Que no cunda el pánico ¿Cómo están vuestras habilidades como equilibristas? No es tan complicado como parece, pues nunca hay que olvidar que la vida, como cualquier otro juego, no deja de ser cuestión de práctica. Incluso, puede llegar a resultar fascinante enfrentar sus retos: si el amor mengua, y hasta que podamos ir al carpintero, probemos a ponerle un taco de amistad; o si el trabajo desaparece mezámonos en ella dedicando algo más de tiempo a nosotros mismos.

Ahora os dejo, pues llevo un rato escribiendo incómodo. Creo que esta maldita silla mía cojea. Voy a entretenerme un rato arreglándola.

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Besalú, comida mexicana y J.j. Dëê Pineda

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Huir durante un par de días de la densidad de la rutina debería ser un imperativo legal. Así que, como ciudadano ejemplar y sabiendo que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, yo, por si acaso y de vez en cuando, me lío la manta a la cabeza, pongo rumbo a Besalú, y hago una escapada de fin de semana a casa de mis amigos Josep y Daniel.

Para todos aquellos que desconozcáis este precioso lugar os informo de que se trata de una villa medieval perteneciente a la comarca de La Garrocha, en la provincia de Gerona. Desde su imponente puente románico se divisan unos paisajes que, especialmente en primavera y en otoño, bien merecen ser transitados.

La vivienda ubicada en el casco antiguo, de fachada histórica y portón regio, está dividida en cuatro plantas reformadas íntegramente por sus dueños y donde Daniel gestó, hace ya algunos años, su propio mundo artístico con el seudónimo de J.j. Dëê Pineda.

El taller, ubicado en la planta baja, anda siempre repleto de instalaciones, esculturas, fotografías, collages o pinturas. Su arte me intriga pues lo siento concebido desde las entrañas, a veces lleno de luz e incluso, en ocasiones, perturbador.

Si se sube a la planta primera llegaremos a la cocina: centro neurálgico de la casa. Un espacio diáfano y acogedor donde probar las delicias mexicanas que siempre, como invitado desconsiderado que soy, les demandando categóricamente ya que, mexicano de nacimiento y gerundense de adopción, Daniel tiene mano de santo para los fogones y siempre obra el milagro para los que, como yo, nos encanta la buena mesa.

Las sobremesas son interminables, se habla y se discute, se toca sin pudor lo divino y lo humano, siempre con una copa de vino o una taza de té en la mano, hasta que cae la tarde; Entonces, se vuelve a comer y se sigue charlando olvidando cualquier tipo de obligación que no sea el aquí y el ahora.

Entre gula y desvarío, un paseo por las callejuelas de la fortaleza, por la vereda del río. En verano, al caer la tarde, a veces nos tumbamos en las hamacas de la terraza del ático divisando la montaña. Por la noche, en el completo silencio de la tercera planta, descanso en la habitación de invitados, entre relojes que cuelgan del techo como si de un cuadro de Dalí se tratase y que me recuerdan que el tiempo anda suspendido sobre mi cabeza cual espada de Damocles.

Lo mejor, la infinidad de “no cosas” que descubres que puedes disfrutar cuando la compañía es grata, como, por ejemplo, leer entre risas las doctrinas de un libro, ya raído por los años y encontrado en un desván, con sabios consejos sobre el comportamiento que debe adoptar una señorita de buen tono en el S.XIX.

Es en esos momentos cuando no puedo evitar esbozar una sonrisa irónica al pensar que incluso lo que nos parece más banal puede y debe ser capaz de dejar un gran legado en el corazón.

«Anoche soñé que volvía a Manderley…” Rebeca de Daphne du Maurier

Nos vemos,

asertivopordecretoley

Los principios ni se crean ni se destruyen, simplemente se transforman

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Ya apuntaba mi abuela, en su eterna y basta sabiduría, que para tener vergüenza primero hay que conocerla. Pues a los principios les pasa curiosamente algo parecido, ya que para practicarlos primero hay que tenerlos.

Si se desea ver de qué está hecho realmente un individuo nada como apelar a sus instintos más primarios, esperar y observar. El resultado es, en ocasiones, francamente dantesco y, con más estupor que temblores, se puede llegar a asistir a todo un decálogo de disparates sin igual y de una crueldad, en ocasiones, inusitada.

Porque estupidez y brutalidad, vete tú a saber por qué ley de la física, siempre parecen ir de la mano y, como ya apuntó la escritora victoriana George Eliot hace casi dos siglos, la crueldad como cualquier otro vicio, no requiere ningún motivo para ser practicada, apenas oportunidad.

Sin embargo, amigos del buen tono, es de recibo y de obligatoriedad moral informar en estos casos, aunque sepamos de antemano que el aviso caerá en saco roto, sobre los límites que nunca se deben traspasar. El ser humano no debe perder una de las capacidades más notables que le diferencian de los animales: la fascinante capacidad de autocensurarse.

Uno puede adoptar la pose de enfant terrible cuando las circunstancias le sean propicias. Si, ¿Por qué no? Incluso permitirse alguna que otra boutade de vez en cuando. Pero queridos, no perdamos los papeles ni entremos en escaladas de disparates sin fin. No olvidemos el buen tono y esas normas del saber estar que nunca han visto, con buenos ojos, visitar más de dos veces el ambigú en un acto social que se precie.

Aunque a veces las emociones nos empujen, nos arrastren e incluso, en ocasiones, nos resulte imposible evitar la llamada de la selva, no hace falta ser zoólogo para darse cuenta de que hasta en los perros hay razas y, como ya comenté en una cena con amigos, aún existe una gran diferencia, a Dios gracias, entre ser una alimaña y una zorra con principios.

Así reza el enunciado de lo que me ha dado por llamar Ley de la conservación de la Dignidad: Los principios ni se crean ni se destruyen, simplemente se transforman.

Nos vemos.

Asertivopordecretoley

Quédate con lo vivido a cuenta de lo que te debo

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El único acuerdo del que puedes salir airoso cuando haces tratos con la vida consiste en saldar las cuentas del pasado para no arrastrar hipotecas emocionales en un futuro. De nada sirve intentar cualquier otra especulación o pacto, sobre todo, si lo que se pretende es obtener compensación alguna por lo vivido y no gustado. La existencia es, aparte de muy cachonda a veces, como la banca en un juego de azar, nunca pierde, y después de dejarnos sin crédito aún parece tener la mala fe, lo queramos a no, de mofarse sobreviviéndonos.

La vida es como esos ejercicios de “fill in the gaps” que hacía cuando estudiaba inglés de pequeño, es decir, lo que uno quiera poner que luego ya nos vendrá el “profe” destino a decirnos si estamos en lo correcto o no.

A vueltas con este pensamiento estaba yo el otro día mientras esperaba, tomándome un gintonic en ayunas que haría sus estragos a posteriori, la llegada de unos amigos con los que había quedado para comer y para los que empiezo a sospechar, desde hace algún tiempo, que su concepto de puntualidad debe andar muy difuso por sobrevalorado, pues siempre me toca tragarme junto con el aperitivo unos largos quince o veinte minutos de retraso.

Bendita amistad, y por cierto otro acuerdo del que tampoco esperéis hacer grandes negocios, sobre todo si es verdadera. Aunque supongo que la correspondencia es mi caso como la de casi todos, biunívoca, que yo también debo tener lo mío, y si no que se lo pregunten a los presuntos implicados.

Esos veinte minutos, además de para muchas otras pájaras mentales de gran calado humanístico-estúpido-inútil, me hicieron (re)tomar la determinación, esta vez sí y después de plateármelo miles de veces, de escribir mi propio blog y al cual he bautizado como “Asertivo por decreto ley

Es decir, lo que espero sea una serie de deliberaciones en “animus iocandi” que incluso puedan llegar a tener un poso de reflexión o, cuanto menos, hagan pasar un buen rato tanto al que las escribe como al que las lee. Porque en la vida hay que ser onanista por obligación, y echarle humor a casi todo, que además de alargar la vida, o eso dicen, te la hace mucho más agradable.

Sigamos los dictados del genio de Groucho Marx: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…

Nos vemos.

Asertivopordecretoley